El multifacético Ben Edwards
Es músico, tocó bajo junto a Beto Cuevas por 10 años -tiene un Grammy por eso-; está por estrenarse una película argentina en la que él actúa; y es psicoterapeuta: tiene una consulta donde atiende a adolescentes y familias. Y, ahora en pandemia, volvió a trabajar con el ex La Ley. Pero por streaming.
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Durante la pandemia Beto Cuevas ha protagonizado una serie de conciertos por streaming desde su casa en Los Angeles, Estados Unidos. El último, y el más grande, fue el 12 de septiembre. En el escenario que armó en su casa está él y tres personas más: un guitarrista, un percusionista y un hombre de 38 años que toca el bajo. Este último lo ha acompañado en todas estas apariciones, se llama Benjamin Edwards y conoció al cantante chileno en 2005, antes de que este iniciara su carrera como solista, en 2008, cuando La Ley se desintegró. Quien hizo el contacto fue Ignacio González, otro chileno que por su trabajo, también vivía en California.
Los padres de Benjamin –los economistas Sebastián Edwards y Alejandra Cox– son cercanos a González. Y durante una comida en la casa de ellos conoció a su hijo músico, quien había integrado varias bandas, más bien psicodélicas y experimentales, define él. Edwards Cox contó que había recorrido el país tocando, que durante el último tiempo había incursionado en la música pop y que había sido fichado por Miley Cyrus, una popular artista de Disney Channel. Edwards, en esa época tenía 22 años. “Entonces Nacho me dice: ‘Te voy a presentar a un amigo, también chileno, que tenía una banda de rock y ahora trabaja solo. Se llama Beto.’” “Nunca reparé en quién podría ser, ni si era muy conocido. Solo sabía que se llamaba Beto”, cuenta Benjamin Edwards desde el patio de su casa en Santa Mónica. A ratos habla en inglés, a ratos en español “cortado”, como describe él. Por la pantalla se ve que el sol pega fuerte.
“Yo no lo conocía. Mis primos que viven en Chile me decían que era importante. Y me invitó a un concierto para ver cómo tocaba. Fue en el Greek Theater, con 8.000 personas y me encantó. Me acuerdo que vi su show del MTV unplugged álbum, y me sorprendió su música. Así conocí a Beto, y nos hicimos muy cercanos,” recuerda.
Cuevas invitó a Edwards a acompañarlo en su carrera de solista: Ben, como le dicen sus cercanos, participó en dos albums y recibió también un Latin Grammy por el disco Transformación, en 2013. Aún lo tiene pegado en la pared de su casa. Viajaron por todo Estados Unidos y Latinoamérica durante 10 años. En 2016 dejó de trabajar con él para concentrarse en su carrera de psicoanalista. “Y ahora, en pandemia, estoy empezando de nuevo y lo acompaño en sus conciertos por streaming. Es divertido”, cuenta Edwards. “Para mi es perfecto, porque tengo mucho trabajo,”.
Oveja negra
Benjamin Edwards nació en 1982 en Los Angeles y creció en Santa Monica. Tiene una hermana mayor, Magdalena y otra menor, Vicky. En 1993, cuando él tenía 13 años, su padre fue nombrado economista jefe del Banco Mundial, por lo que debieron mudarse a Washington. Fue ahí donde Ben comenzó a demostrar sus dotes artísticos y armó su primera banda: cantaba y tocaba el bajo. Los Edwards Cox volvieron a Los Angeles en 1996, y su afición por la música creció.
“No sé cuántos grupos tuve, pero fueron muchísimos y en distintas etapas de la vida. Hicimos tours por todo Estados Unidos y tocábamos en fiestas en la mitad de la noche, con cientos de personas en la mitad de la nada, en bares extraños… Era música para explorar, para improvisar, pero también para bailar. Tenía una mezcla perfecta entre darkness y light”, describe. Y añade: “Depende la fase de mi vida, la música que tocaba. En el colegio fue muy psicodélica, una fusión entre funky, jazzy…muy alternativa y underground”.
Cuenta Edwards que sus padres, ambos destacados economistas, “trabajaban un montón”, y que el ambiente familiar estaba impregnado con esa cultura y que las conversaciones durante las comidas de noche solían ser intelectuales. Sus dos hermanas, dice, heredaron esa faceta: la mayor es PHD en Literatura; y la menor, es una exitosa abogada. “Las dos siempre tuvieron calificaciones A+, A++”, relata.
En cambio él se autodescribe como “la oveja negra” de la familia. “Me acuerdo que una vez leí ese cuento y me sentí totalmente identificado. Sobre todo cuando tenía el pelo afro”, recuerda. Y ríe. En todo caso, aclara, nunca sintió presión por no tener las mejores notas –“llegaba con una B, y me felicitaban igual. No era tema”–.
“Me preocupaban otras cosas, mis bandas, las fiestas, el rock and roll”, recuerda. “Muchos me preguntan si lo hice por rebelde, y ahora que soy psicoterapeuta, lo he analizado, porque era un tipo difícil y porfiado. Pero la verdad es que no. Mis padres me dijeron que tenía la cabeza en las nubes, que era muy libre y muy feliz de ser distinto. Y me inculcaron que no sintiera presión de encajar. Eso me hizo ser tremendamente seguro en mi vida: tuve muchos amigos, era atleta, tocaba música, tuve suerte en ese sentido”.
Hoy, dice Edwards, cuando conversa con sus hermanas -de quien es muy cercano, al igual que de sus padres, con quienes suele reunirse los fines de semana-, ellas le confiesan que era un adolescente muy difícil. “Porque era hiperkinético, pero a la vez simpático. Cute, pero malito. Y mis padres no tuvieron otra opción, hicieron lo mejor que pudieron para soportamete, apoyarme y seguir con sus carreras exigentes”. Con ellos en todo caso, comparte su pasión por escribir: el economista de UCLA ha escrito dos novelas. “Mi padre es muy creativo, y mi madre también. Son geniales”, asegura.
Cuando Benjamin les sugirió que se dedicaría a la música y no entraría a la universidad, ellos no transaron. “Estudias sí o sí. Después verás lo que haces”, le dijeron entonces.
La psicoterapia
Edwards siguió combinando la música con sus estudios de psicoterapia en la Antioch University. No fue fácil, porque justo en esos años su carrera como bajista de Beto Cuevas exigía más tiempo: había que promocionar discos y viajar por el mundo. A los pocos años de egresar de la universidad, dio un paso al costado: dejó la música profesional y comenzó a trabajar en una clínica de rehabilitación de jóvenes. También entró como terapeuta a residenciales de adolescentes con adicciones y traumas. En paralelo, hace terapias en centros a los que asisten jóvenes latinos que enfrentan situaciones precarias, de abandono, pobreza o algún tipo de trastorno. En eso se ha ido especializando, y cuando cumplió 35 abrió su consulta propia en Santa Mónica, que combina con lo anterior. Además, es coach. Hoy trabaja 60 horas a la semana, y se autoimpuso no tener más de 25 sesiones cada 7 días. “Es muy importante mantener tiempo para actividades fuera de la carrera”, explica.
Dice que el contraste de realidades que ve en las consultas, es “muy impresionante”. “Un día estoy con familias con muchos recursos en una clínica de rehabilitación, y al día siguiente estoy con familias latinas, mexicanos, principalmente. Ellos sí que están luchando”, relata. En el caso de los que son hijos de profesionales exitosos, cuenta que “ayudo a los padres a que no proyectan sus propias ansiedades en sus niños. No es un nuevo problema, la transmisión de conflictos es algo histórico. Y si le sumamos el que ahora no haya swich off, ni un lugar seguro para desconectarse, hace que los niños y adolescentes sean aún más ansiosos.”.
Por eso, varias veces termina tratando a los padres en vez de los hijos. “Ellos llegan a mi diciendo ‘ayúdalo a él o a ella’. Pero lo que sucede es que la familia como sistema necesita ayuda. Y justamente el niño que levanta la mano, y llama la atención, es el que está reaccionando, diciendo de alguna manera ‘mi familia necesita ayuda’”.
Chile
Benjamin dice que se siente muy chileno. Que cumple con todas las tradiciones familiares y que le encanta ir a Santiago al menos una vez al año para reunirse con abuelos, primos y tíos. “Lo que hago cuando voy es lo clásico, lo normal: juntarme a almorzar y comer asados en familia”, relata.
En una de esas estadías, en 2019, cruzó la cordillera para grabar The Nameless, una película en Argentina que se estrenaría en Netflix pero que se pospuso por la pandemia. “Es un filme apocalíptico, en que hay un virus que invade el mundo. Es bien predictivo. Yo interpreto a un andrógeno, me llamo Rati y participo en una organización que trafica humanos en el desierto. Es algo extraño”, revela.
El año pasado tenía contemplado traer a su hija Aurelia, de 6 años, pero luego de ver los desórdenes que generó la crisis social, pospuso el viaje. “Tal vez fue un error. No lo sé. No la quise exponer”, cuenta y agrega que se mantiene informado con lo que pasa en Chile y suele preguntarle a sus primos cómo ven ellos el panorama. “Creo que el problema es complicado, y empatizo con los que marchan, así como con los que no lo hacen. Pero claramente, hay un serio problema de inequidad”.
¿Votará en el plebiscito? “Nunca he participado desde aquí para elecciones chilenas. Y quiero informarme bien si decido hacerlo ahora”. Y en cuanto a lo económico, reconoce: “Soy suertudo de tener a dos economistas con que puedo platicar. Los escucho mucho más ahora que cuando era más joven. Y me encanta”.